Caelum Albus

Un lugar donde ver, pensar, reflexionar, compartir, y sobre todo, creer...

viernes, 14 de mayo de 2010

Erase una vez un chico que tenia el poder de volar. Esto le permitía ir donde quisiera, en cualquier momento que le apeteciera... Había estado en multitud de sitios diferentes. Se había sentado a ver una puesta de sol en un desierto y a los pocos minutos se encontraba sobre un valle glacial. En un pueblo remoto de las montañas o en una ciudad repleta de millones de habitantes... Con todo esto había conseguido una pequeña gran fortuna, y a la corta edad de diecisiete años había visitado medio mundo y conseguido más que el dinero que pudiera necesitar en muchos años.

Volando había visto pueblos, ciudades, paises, montañas, rios, mares... Casi no recordaba ya sus primeros viajes, cuando era apenas un niño. Sus padres murieron cuando él era pequeño, pero no había tenido problema en vivir solo, ya que podía volar... Y nadie podía.

Pero los años habían pasado, y aquel chico que debía haber crecido en el suelo había crecido en el cielo, volando.

Pero volando solo.

El chico había tenido el poder de volar, único en todo el mundo. Había conseguido todo lo que había querido cuando lo había querido. Pero no se había relacionado con nadie prácticamente...

Y se sentía solo.

El chico intentaba hablar con la gente, pero no sabía que decirles para tratar con ellos. Intentaba establecer contacto con los demás, pero le tenian mucho respeto y la mayoría de las veces ni siquiera le dirigian el saludo que este les daba. Él se sentía muy mal, y llegó a olvidar cómo se sonreía.

Hasta que un día volando no muy alto vio dos figuras corriendo por una explanada. Decidió bajar al suelo para ver mejor. Y se encontró con dos niños pequeños.

En los ojos de él se apreciaba sorpresa. Eran dos chicos que se parecían mucho. En los de ellos, unos claros y otros oscuros, había curiosidad, mucha.

Los niños no dijeron nada, él, sin saber qué decirles, tampoco.

El tiempo pasaba, el viento soplaba lentamente entre ellos. Se sentaron los tres y se observaron largo rato más. Uno de los chicos se levantó y se acercó al chico que volaba, al chico que lo tenía todo, menos el contacto con los demás.

Y lo miró a los ojos y le cogió la mano. Lo hizo levantarse.

El otro niño también se levantó e hizo lo mismo. Y entre los dos chicos llevaron al chico infeliz, al chico que volaba a través de la explanada, y después cruzaron un río y llegaron a un prado. Allí, le soltaron y comenzaron a correr.

Él no se lo pensó dos veces, comenzó a correr, a seguirlos. Sus pies comenzaron a tener contacto con el suelo, despues de tanto tiempo. La hierba mojada tras la lluvia respondía al viento con suaves ondulaciones.

Y el chico disfrutó como nunca había hecho en muchos años.

Aquel fue el último día que se volvió a ver al chico que podía volar en el cielo. Desde aquel día, con aquellos chicos, había decidido que no quería tener algo que solo tenía él, porque realmente no se sentía feliz así.

Y el chico vivió para siempre con los pies en el suelo. Y con una sonrisa pintada en el rostro.

miércoles, 12 de mayo de 2010

El chico diferente

Principios de curso, invierno frío y muy blanco, ciudad nueva, gente nueva también fría y distante con aquellos venidos de fuera… Era un chico que se adaptaba fácilmente a todo tipo de situaciones y lugares, ya que estaba acostumbrado a viajar por motivos de trabajo de su padre, pero como él mismo solía decir a veces:

Y aquella era una de ellas.

Porque el chico llevaba varios meses ya en aquella ciudad, en el nuevo instituto, con nuevos compañeros…

Y nadie se había fijado en él.

Nadie le había saludado ninguna mañana, nadie se había fijado en él cuando caminaba perdido los primeros días por el pasillo, ni cuando pasaba los recreos solo, caminando por el patio de recreo sin mirar más allá de sus propios pasos.

Porque el chico era diferente.

Intentó hablarles, pero no le escuchaban. Intentó hacer gestos para que se fijaran en él, para que se dieran cuenta de que llevaba allí mucho tiempo, pero no le miraban. Incluso los llamaba, ya que sabía sus nombres al haberlos oído varias veces, pero no miraban, ni respondían, ni mostraban gesto alguno.

Intentó parecerse a ellos, pero era diferente. Lo intentaba, cambiaba su aspecto, compraba la ropa que ellos, veía los programas de los que se hablaba durante las clases, pero la gente seguía sin fijarse en él. Y él seguía siendo diferente.

Por las mañanas, en el instituto, era invisible. Por las tardes, en casa, sus padres podían verlo, y su perro, y sus hermanos, y podían hablar con él o hacer cosas juntos, pero tarde o temprano volvía a amanecer y al salir a la calle, seguía siendo invisible. Seguía siendo diferente.

Los días transcurrían lentos, aunque ya habían pasado muchos. Se acercaba el buen tiempo, el fin de las clases. El chico prefería el frío, aunque el calor no estaba mal. Intentó hablar con alguien para salir a algún parque por la tarde, poder charlar, tumbarse en el césped húmedo bajo un árbol durante varias horas, pero como siempre, esperó que nadie le viera ni oyera.

Aunque esta vez se equivocó.

Porque al girarse, se dio cuenta de que había una chica mirándole desde la primera de clase, con los ojos, pequeños, vivos y marrones. Miró para los lados, pero no había nadie allí, así que reunió todas las fuerzas posibles para decirle:

-Hola.

Pero su voz fue apagada por el sonido del timbre y cientos de voces indicaron el final de las clases hasta el próximo lunes. Cuando volvió a mirar donde la chica estaba, vio que ya no había nadie.

Tocó el timbre y cientos de voces indicaron el final de las clases hasta el lunes próximo. Cuando el chico quiso darse cuenta, la chica ya se había marchado.

Aquella misma tarde, el chico salió a dar una vuelta.

Y la encontró, sola, andando a unos metros por delante de él, su pelo oscuro se movía libremente mientras caminaba. Quiso acercarse a saludarla y hablar con ella, pero no podía, era diferente y no se fijaría en él.

Pero volvió a equivocarse. La chica se giró para entrar en una tienda, pero lo vio detrás, y se fijó en él.

Era la primera persona de su instituto que lo hacía. Y además se acercó a él y le dijo:

-¿Quieres dar un paseo?

El chico se quedó perplejo tras aquello, pero asintió con la cabeza.

Comenzaron a andar. La chica tenía los ojos brillantes y sonreía. El chico simplemente miraba al suelo como estaba acostumbrado a hacer.

-¿Por qué eres tan tímido?- preguntó ella con descaro.

La miró.

-Soy diferente- dijo, y volvió a agachar la cabeza.

-¿Eres diferente?- preguntó ella.

-Claro, nadie se fija en mi, intento hablar y hacerme ver, pero soy diferente y la gente no me hace caso-le explicó

-Pero… Puede que seas diferente, pero también eres como los demás. Tienes preocupaciones, te preocupas por tu futuro, intentas mejorar, tienes miedos… ¡Igual que todos! No eres más diferente que cualquier otro, eres tú mismo, nada más.

Nunca nadie le había dicho eso… Además, la chica era muy alegre, y eso le hacía sentirse muy bien.

La chica se detuvo y le miró fijamente.

-¿Quieres que vayamos a tomar algo? Puedo llamar a algunos amigos. Además, es viernes.

Le dedicó la mejor de sus sonrisas, y en sus ojos marrones, vivos y brillantes, se reflejó una sonrisa aún mayor de él.

lunes, 10 de mayo de 2010

La semana avanzaba rápido. Podía tocar el viernes casi con los dedos. Los apuntes de varias asignaturas se amontonaban en mi escritorio, al igual que dentro de mi cabeza. Pasado un buen rato mis sentidos empezaron a quejarse, así que decidí darme un descanso y salir a la calle.
Hacía mucho frío, pero me serviría para despejarme. Caminé con las manos en los bolsillos y la boca cerrada, y al poco tiempo me sentí tranquilo y en calma.
Pasaron los minutos y seguía andando, sin ningún rumbo fijo. La ciudad en la que vivía bullía de actividad: Hombres y mujeres ajetreados me echaban un rápido vistazo para poco después volver a fijarse en su camino.

Una voz llamó mi atención. Alguien pronunciaba mi nombre.

Me giré, pero no vi a nadie. Seguí mi camino.

Volvieron a llamarme.

Esta vez sí que la ví. Una mujer mayor al otro lado de la calle me miraba muy fijamente. Me resultaba familiar. Crucé sin problemas y me puse a su lado.

-¿Disculpe, me ha llamado?

-La mujer seguía mirándome, y dijo en voz baja:

-No hijo, pero me gustaría. Y se fue.

Me sentí muy confundido... Y decidí volver a casa.

Cuando llegué mi madre me dijo desde el salón:

-Hola hijo, han preguntado por tí.

-¿Quién?

-No lo sé, una mujer mayor llamó por teléfono.

-Una mujer mayor.- ahora sí que estaba perplejo- ¿dijo algo?

-Pues no, colgó al saber que no estabas. ¿Sabes quién era?

-No..

Subí a mi habitación y encendí el ordenador. Había recibido un mensaje privado hacía unos minutos. Decía: "Te veo en media hora en la misma calle donde estuviste"

Pero... ¿Qué era eso? No reconocí la dirección desde la que me llegó le mensaje... Pensé que sería algún conocido que querría verme, así que decidí acudir a aquella inesperada cita.

Volví a salir a la calle y el frío me recibió más duramente que la primera vez. Incluso me lloraban los ojos, aunque caminé decidido.

Llegué y miré el reloj: Habían pasado veinte minutos. Esperé.

Uno, dos, tres, cuatro... Los minutos pasaban rápidamente. Había pasado mucho tiempo. Decidí irme.

Pero justo cuando empecé a andar un gritó llamó mi atención.

Era un niño cruzando la carretera en busca de una pelota. Y aquella carretera estaba atestada de coches.

No me lo pensé dos veces y rápidamente crucé para intentar cogerlo y apartarlo de allí, antes de que pudiera ocurrir algo.

Y por suerte nada ocurrió. Lo agarré y lo llevé a la acera, lejos de cualquier peligro. Hablé con el niño, que no hablaba, simplemente me sonreía.

De repente llegó una chica sollozando. Tenía mi edad, más o menos, y sus ojos azules preciosos tomaron contacto con los míos.

-Muchísimas gracias, de verdad. Me distraje un momento y mi hermano se marchó jugando... Cuánto miedo he pasado...

-Ehh... No hay de que. Y no te preocupes, todo va bien ya- le sonreí

-Muchísimas gracias. Me suena haberte visto por la ciudad alguna que otra vez, ¿a qué instituto vas?- dijo. Se le cayó una carpeta llena de apuntes, con seguridad había más que en mi habitación.

Me agaché para ayudarla, y mi sorpresa fue enorme al ver una foto entre sus folios: Era la señora mayor que me llamó la otra vez en la calle.

-¿Conoces a esta mujer?- le pregunté perplejo.

-Sí, es nuestra abuela. Íbamos a visitarla justo ahora, cuando mi hermano se alejó y apareciste tú... No vive muy lejos de aquí. ¿Te apetece venir con nosotros? Podemos tomar algo después si quieres, es lo menos que puedo hacer después de tu gran ayuda.

-Miré al chico pequeño, esperando que dijera algo. Pero no decía nada, simplemente mantenía una gran sonrisa en su cara.

Comenzamos a caminar juntos, hablando de muchas cosas y muy rápido, era fantástico. Su hermano se limitaba a mirarnos con los ojos brillantes.

El tiempo pasaba... Y seguímos hablando, ella y yo, alegres.

Y olvidé todo lo ocurrido aquel día tan irreal. Olvidé el susto que había pasado con el niño, el mensaje privado extraño y también el frío que hacía ahora en aquella calle, donde había incluso más gente que antes.

Porque pese al color helado que tenían, aquellos ojos azules de la chica desprendían un calor que me hacían sentir bien, muy bien. Y olvidarlo todo.

domingo, 9 de mayo de 2010

Me duermo. Mis pensamientos vagan por lugares, tiempos y personas muy diferentes. Un prado verde. Miro al cielo y mis ojos reflejan un azul precioso. Bajo la mirada y miro mis pies, que desnudos, responden con satisfacción al tacto con la hierba fresca. Me siento feliz, sonrío. Miro a mi alrededor, todo es brillante y precioso, aunque... No hay nadie allí. Trato de buscar a alguien allí, alguien con quien compartir esa felicidad que tengo, pero que comienza a desaparecer cuando pasan los minutos y nadie aparece. Miro al cielo y el color azul va convirtiéndose en gris.

Y el color gris en negro...

La hierba está más húmeda de lo que estuvo antes, tengo frío, mucho. Me pongo a gritar por si alguien me oye y a correr por el prado, buscando algún lugar desde donde observar bien dónde estoy.

Pero aquel prado no tiene fin...

Me desespero, corro de un lado para otro sin saber qué hacer.

Siento que está todo perdido...

De repente un ruido, y me despierto. Me encuentro tumbado, debajo de un árbol.

Me incorporo y ando un poco. Miro mis pies y veo una hierba muy fina y verde. Y a lo lejos, una voz me llama.

Comienzo a andar. Veo a la persona que me llamó, sonrío. Sé que todo fue un mal sueño, nada más.

Miro al cielo, y en mis ojos brillantes ahora se refleja un azul mucho más bonito que el soñado...